En estos días la humanidad celebra la Navidad, aquella hermosa historia que inició en Belén de Judea, marcada por el nacimiento del niño que se convertiría en el centro de esta celebración. La historia de la Navidad contiene una narrativa que ha trascendido los siglos, la cual sigue vigente en el día de hoy, y lo seguirá siendo en los años y siglos por venir, sin dudas. Este evento, que dividió la historia en AC y DC, es celebrado con fervor en la sociedad contemporánea a través de diversas festividades y actividades, siendo el epicentro de un período caracterizado por el intercambio de regalos, la unión familiar y el espíritu de generosidad.
No obstante, es intrigante observar cómo la misma sociedad que festeja el nacimiento de aquel niño en Belén, el evento más trascendental del que tengamos conocimiento, y que trajo consigo un mensaje de amor, arrepentimiento y reconciliación, a menudo parece distanciarse de las enseñanzas que ese mismo niño promulgó en su vida adulta. A medida que la figura del niño Jesús evoluciona en la conciencia colectiva, desde el pesebre hasta el adulto que llama al arrepentimiento, se observa una paradoja preocupante.
En la actualidad, mientras se celebran las festividades navideñas con entusiasmo y se lleva a cabo un aumento significativo en las compras de temporada, la sociedad parece, en muchos casos, rechazar las enseñanzas fundamentales de ese niño convertido en adulto. Las palabras de arrepentimiento, la llamada a apartarnos de nuestros malos caminos y la invitación a acercarnos a Dios para encontrar salvación, dicha, gozo, gracia y paz, a menudo parecen caer en oídos sordos.
En un contexto en el que la sociedad busca cambiar el modelo del Creador por uno que le es adverso, surge una contradicción evidente: la figura que abogó por valores fundamentales como el amor al prójimo, la compasión y la búsqueda de la verdad es desplazada en favor de modelos que desafían lo natural y abrazan comportamientos contrarios al propósito de Dios para la humanidad. Esta paradoja resalta una dicotomía presente en la sociedad moderna, que, a pesar de celebrar el evento que dividió la historia, parece resistirse a aceptar las implicaciones profundas de las enseñanzas que emanaron de ese mismo acontecimiento.
Ante este escenario, el desafío radica en reconciliar la celebración festiva con una comprensión más profunda y comprometida de las lecciones que nos dejó ese niño de Belén convertido en adulto. En contraposición a la vorágine consumista de la temporada navideña, Jesús se presenta como el modelo de compasión y el defensor por excelencia de los derechos humanos. Varios pasajes bíblicos reflejan su dedicación a los grupos vulnerables y marginalizados, mostrando cómo se acercaba a aquellos a quienes nadie quería, y compartía con aquellos a los que nadie quería asociarse.
En el Evangelio de Lucas (4:18 NVI), por poner un ejemplo, Jesús afirmó que «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas noticias a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos”.
Jesús vivió y murió por toda la humanidad, sin excepción, ofreciendo un camino para la reconciliación entre Dios y la humanidad; pero también resucitó, un hecho que dejó las puertas abiertas para que podamos entrar a la misma presencia de Dios, sin importar nuestra condición, origen, color de piel, o cualquier otra particularidad que los humanos suelen tomar como excusa para ejercer discriminación contra su misma especie.
La resistencia de Jesús a conformarse con las normas sociales de su tiempo y su dedicación a los desfavorecidos contrastan fuertemente con la dirección que algunas sociedades modernas han tomado. La persistente preferencia por valores que contradicen los principios enseñados por Jesús parece alejar a la sociedad de la esencia misma de la Navidad.
Por tanto, en este tiempo de reflexión y celebración, es esencial recordar que el verdadero significado de la Navidad no radica en la cantidad de regalos debajo del árbol ni en el frenesí de las compras, sino en el mensaje de amor, perdón y reconciliación que Jesús trajo al mundo. Su vida y enseñanzas continúan desafiando a una sociedad que, a veces, parece haber olvidado el valor del niño de Belén, quien, como adulto, sigue llamando a la humanidad a encontrar el camino que lleva a la verdadera salvación, en la cercanía con Dios.