Este 18 de diciembre se conmemora el Día Internacional del Migrante, una fecha que nos invita a reflexionar sobre la situación de miles de personas que, motivadas por la búsqueda de un mejor futuro y nuevas oportunidades, enfrentan desafíos desgarradores al cruzar las fronteras del mundo, esas líneas imaginarias que dividen a los pueblos y naciones, y que en ocasiones se convierten en muros de indolencia y vulneración de los derechos y la dignidad humana.
Asimismo, los trechos fronterizos también suelen ser rutas de oprobio utilizadas por criminales oportunistas que se aprovechan de la vulnerabilidad de aquellos que desean avanzar por el camino que los lleve a una mejor vida, mediante el delito del tráfico ilícito de migrantes y la trata de personas, un crimen que termina en diversas formas de explotación que lacera profundamente a quienes lo sufren.
Naturalmente, me concentraré en la realidad que experimentan aquellos que viven esta dinámica en primera persona en la frontera entre Haití y la República Dominicana. De manera particular, me gustaría comentar sobre la situación de aquellos que huyen de la violencia en el lado haitiano de la frontera, y la urgencia de abordar los problemas humanitarios que enfrentan. La frontera dominico-haitiana ha sido testigo de un flujo constante de migrantes que, desesperados por escapar de la violencia y la precariedad, buscan un refugio en la República Dominicana.
Esta migración, sin embargo, no está exenta de peligros y desafíos, especialmente para los niños que cruzan al lado dominicano sin un adulto que le acompañe y proteja. No apelaré a las siempre reclamadas estadísticas, pues cualquier dato que pueda ofrecer es más que conocido por las autoridades de ambas naciones, así como por los organismos internacionales que tienen la capacidad, potestad e influencia para ayudar a cambiar esta realidad.
En este sentido, quiero llamar la atención a la situación que viven los niños en movilidad no acompañada, quienes son particularmente vulnerables frente a diversas formas de violencia, incluida la trata de personas. Esta horrenda realidad se manifiesta en la explotación laboral temprana, la explotación sexual comercial, la servidumbre y otras de las peores formas de trabajo infantil, todas las cuales dejan cicatrices imborrables en la infancia de aquellos que deberían estar protegidos.
Es el caso de Jean, hoy adolescente, quien cruzó la frontera hace ya 7 años, huyendo de la violencia y la extrema pobreza en la que vivía en Haití, donde dejó a su madre y cuatro hermanos cuando apenas tenía 10 años. Desde entonces, ha sufrido todo tipo de abusos por parte de adultos que se han aprovechado de su condición migratoria para explotarle de casi cada forma posible. Jean no ha vuelto a ver a su madre ni a sus hermanos, quienes asegura lo han dado por fallecido.
El sueño de Jean es poder regresar algún día, para ayudar a su madre a mejorar sus condiciones de vida; pero este sueño luce casi imposible, debido a que no cuenta con documentación que le acredite como nacional haitiano. Jean afirma que, en su lucha por sobrevivir, ha tenido que agenciarse el sustento por sí mismo; ha vivido en Dajabón, Mao, Boca Chica, Higüey, y finalmente Santo Domingo, donde lo conocí de manera accidental, mientras se dedicaba al oficio de limpiar zapatos, y quise saber su historia. Me autorizó a publicarla, pero no quiso decirme dónde vive. No lo he vuelto a ver, pero espero que algún día pueda regularizar su situación, cumplir su sueño de regresar a su país, y reunirse con su madre y hermanos una vez más.
La situación por la que atraviesa Jean, y otros cientos de miles de personas haitianas en su misma condición, demanda una atención urgente y una respuesta coordinada de la comunidad internacional. Es esencial abogar por un flujo migratorio regular, controlado y basado en la salvaguarda de los derechos humanos. La cooperación entre los gobiernos de ambas naciones y la implementación de políticas que protejan a los migrantes, especialmente a los niños, niñas, adolescentes y mujeres, son imperativos para poner fin a la explotación y el sufrimiento.
Es imperativo desarrollar e implementar políticas públicas en consonancia con el marco normativo vigente, a fin de perseguir y sancionar de manera ejemplar y sostenida a los criminales oportunistas que se aprovechan de la vulnerabilidad de las personas más necesitadas. La lucha contra la trata de personas y otras formas de explotación debe ser una prioridad compartida por el Estado y la sociedad, trabajando en conjunto para garantizar la seguridad y el bienestar de los migrantes, de forma regulada y con apego a la legalidad.
Sin bien el Estado y sociedad dominicanos tienen un compromiso y un deber con los migrantes haitianos, sobre todo desde la perspectiva humanitaria, y por un tema de dignidad y derechos humanos, este compromiso no podrá ser efectivo sin la participación de los actores clave de ambas naciones y la comunidad internacional. Considero improcedente que la carga sea dejada en manos del pueblo dominicano, y que la comunidad internacional aun no establezca las medidas pertinentes para presionar a las autoridades del país vecino, para que avance hacia la institucionalidad y el funcionamiento pleno del Estado haitiano. Si no se actúa en esa dirección, nunca será posible una solución definitiva al problema migratorio que se vive en la frontera domínico-haitiana.
En este día significativo, debemos reconocer la dignidad inherente de cada individuo, independientemente de su origen o estatus migratorio. La migración, cuando se aborda de manera justa y humanitaria, puede enriquecer nuestras sociedades y ofrecer oportunidades para el crecimiento y la comprensión mutua. La conmemoración del Día Internacional del Migrante no solo es un recordatorio de los desafíos que enfrentan aquellos que buscan una vida mejor, sino también un llamado a la acción, por el bien de ambas poblaciones.
En pleno Siglo XXI, una era en que la interconexión de nuestras comunidades exige respuestas compasivas y efectivas para garantizar que ningún ser humano sea dejado atrás en su búsqueda de seguridad y dignidad, debemos insistir en una solución compartida para nuestros vecinos haitianos… y sí, también para los dominicanos. Ambos pueblos merecen un mejor trato… ¡Es tiempo ya!